martes, setiembre 28, 2010

Molino

Tengo mis dudas sobre el trasfondo moral sobre el que se basa este texto. De alguna forma siento que por escribirlo soy un poco peor persona. Ustedes se darán cuenta de que eso es una enorme pelotudez, pero yo, que soy el enorme pelotudo, no. El hecho es que todo este escrito está influido por una visión de este mundo nuestro que me viene surgiendo hace tiempo pero con la que no termino de sentirme cómodo. Dicho eso, aclaro que hace dos noches que no duermo para escribir esta cosa así que obviamente va a quedar publicada. Disfruten. Es una orden.


Lo primero que me llamó la atención de su blog no fueron los detalles más habituales, como su foto de perfil o el nombre que había elegido para firmar sus trabajos, sino el que a pesar de haber sido abierto muchos meses atrás, dos años quizá, el rinconcito cibernético guardara una sola entrada. El mensaje era uno de esos típicos arranques de blog en los que uno presenta a su colectivo imaginario de lectores un montón de promesas y reglas sobre lo que podrá esperar a no de sus publicaciones; nada muy original, a no ser por la imagen que acompañaba al texto: La foto de un cielo despejado que adornaba solamente un sol en pleno brillo. La idea tenía algo de profundamente inocente. Me produjo una suerte de sacudida de alegría por haber cruzado mi camino con ese ser feliz.


Marcela Ríos apareció en mi vida como un nombre más en la lista de solicitudes de amistad de mi Facebook cuando, en un día de poca actividad y mucha necesidad de poner orden a los pequeños detalles de mi existencia, decidí revisar por qué jamás les había dado luz verde a todos esos seres a los que tampoco me decidía a rechazar completamente, un poco por pereza y otro porque decirle que no a alguien me hacía sentir peor persona. Pero ese día estaba encendido por la maldad. Uno tras otro fui deshaciéndome de esos ex compañeros de colegio, amigos de mis amigos y contactos laborales con los que apenas había cruzado palabra en esporádicos encuentros. Ella apareció entre los últimos. Recuerdo que no recordaba haber recibido jamás una invitación de Marcela Ríos, cuyo nombre sonaba tan desconocido como el cuadro impresionista que había colocado en lugar de su rostro. Completé la masacre de la lista, dejando apenas algunos pretendientes menores como el instructor de karate de mi hermana y una morochita que no creí que valiese mis esfuerzos, y volví a ella. Marcela Ríos. Ningún amigo en común, ningún conocido con ese apellido... ¿Algún contacto obtenido en una noche con la coherencia y la memoria nubladas por el alcohol? Era posible. Decidí profundizar mi investigación.


Linda Marcela Ríos. Las pocas fotos que pude encontrar en su cuenta daban prueba de ello. Había decidido aceptar la solicitud en pos de descubrir como había llegado a mí aquella criatura que ahora me sonreía desde las imágenes estáticas de la pantalla. En la cama leyendo, abrazada a una amiga, mirando un horizonte cubierto por los edificios de una ciudad que parecía ser la mía. La información de su perfil me lo confirmó. Linda Marcela Ríos, dueña de una de esas miradas que hacen agujeros en las almas de los hombres, de forma que se sienten incompletos hasta no intentar, aunque sea mediante un chamuyo lamentable, conquistar la atención de su dueña y el beneplácito de esos ojos. El resto del perfil también mostraba otra información valiosa como su estado civil de soltera y unos pocos intereses musicales. Me decidí a intentar una conversación apenas se diera la oportunidad de cruzarnos por los pasillos de la web. Esperé tres horas hasta entregar la rendición.


A los pocos días volví a la carga. La chica seguía sin darse por enterada de mi fundado interés en su persona, ignorando incluso el mensaje casual/coloquial que dejé a modo de comentario en su muro. Comprendí que tal vez me había tomado demasiado tiempo el aceptar su invitación a formar parte de su red de amistades, y que a estas alturas era probable que ella tuviese tanta idea sobre quien era yo como la tenía sobre su identidad. El estado de abandono de su Facebook tampoco era buena señal de que fuese aconsejable seguir por ese camino. Me sentía empujado a seguir averiguando sobre Marcela. Su intrusión había generado en quiebre en mi cotidianeidad y ahora me costaba pasar el día completo sin dedicarle aunque fuera un pensamiento. Atajé el apuro que sentía por probar suerte en el msn con la dirección de mail que había dejado olvidada en su vieja cuenta, y decidí en cambio darle a ese dato un uso más práctico para mi sed de conocimiento sobre ella. Una búsqueda por Google me llevó a su blog.


Aún antes de lanzarme a la red de redes a la caza de todo aquello que significara una pista sobre su identidad, sentía que yo y Marcela teníamos una conexión especial. No era solo el interés físico que había disparado el descubrimiento de sus fotografías o el hecho de que hubiese sido ella quien en primer lugar había buscado mi atención. Había un algo que solo terminé de comprender cuando vi la imagen del cielo con el sol brillante. Aquella joven tan linda que había esperado inútilmente durante meses para poder entablar una relación conmigo poseía además un alma alegre, era dueña un soplo de vida capaz de iluminar el humor más lúgubre. Sonreí aunque nadie pudiera verme, orgulloso de no haber abandonado la posibilidad de conocer a aquella interesante admiradora.


El problema era que el blog era a la vez una esperanza y un callejón sin salida. No había información adicional que me permitiera profundizar sobre la esencia de Marcela, ni mucho menos dan con su paradero. La opción del msn quedó rápidamente descartada cuando comprobé que la cuenta ya había sido dada de baja. No tardé en formular la hipótesis de que podría haber sufrido el acoso de algún perverso, y que la situación la llevó a renunciar a la identificación que servía de nexo entre nosotros. Lamenté que solo le hubiera quedado esa opción para huir de los abusos de un ser enfermo. Afortunadamente para nosotros, un análisis detallado de los resultados arrojados por múltiples buscadores determinó una cantidad inusual de correspondencias con un foro de discusión orientado a comedias juveniles televisivas nacionales. Días de lectura atenta me permitieron ubicar el usuario de Marcela, quien si bien no se contaba entre los participantes más asiduos había volcado suficiente información personal como para dar rienda a mi hambre de ella.


La descubrí como un ser comprensivo, que no se irritaba con los galanes estrella de las tardes por sus desaciertos; de alguna forma proyectando en ellos los sentimientos que le provocaba mi desaire crónico. Durante semanas aprendí sus modos y giros narrativos a la hora de relatar las venturas de las princesas adolescentes. Me nutrí de esos relatos y exploré cada rincón de su personalidad que había dejado plasmada en las páginas digitales de ese viejo foro abandonado. Si antes sufría dudas de que Marcela y yo habíamos sido destinados a una unión perfecta, todas ellas quedaron superadas gracias al descubrimiento de esas cartas de amor en las que mi nombre aparecía cambiado por el de los personajes ficticios. Desesperado por concretar un encuentro, me lancé a la búsqueda de su dirección.


No me siento orgulloso de lo que tuve que hacer para alcanzar mi objetivo. Comprendan que cuando el corazón manda son pocas las cosas que uno no está dispuesto a hacer para obedecerlo, y mi orden era encontrar a Marcela aunque tuviera que explorar hasta el último rincón del fondo del Océano. No fue necesario arribar a tanto. Gracias a un viejo contacto que trabajaba en una de las grandes empresas telefónicas accedí a los registros de cuentas de los usuarios. Una súplica y pocos sobornos después, tenía en mis manos la dirección física que la titular de la cuenta había dado tres años atrás para habilitar la línea. Corrí como un chiquillo en Navidad hacia las coordenadas garabateadas en una hoja de cuaderno, arrugada por el apuro de escribir en el aire las pocas palabras necesarias.


Marcela Ríos vivía en una casa pequeña pero con aspecto cálido. Las tejas rojas coronaban la estructura blanca y de amplios ventanales en la que se había albergado durante tantos años mi prometida. ¡Alegría! ¡Júbilo! Palabras totalmente insuficientes para explicar cabalmente mi estado de plenitud. Mis dedos temblaban como ramas ante vientos huracanados cuando se acercaron al timbre que desencadenó la campanada de anuncio de mi felicidad. La visión que siguió me desconcertó.


Quien me atendió no fue la reina de mis pensamientos, sino una anciana decrépita que nada tenía que ver con la joven hermosa que había reclamado derecho de propiedad sobre mi corazón. ¿Sería un hechizo? ¿Un espejismo de un genio malvado? No podía aventurarme a perderlo todo. Arriesgué: “¿Marcela?”. “¿Qué?”, respondió ella sin un dejo de la gracia de mi prometida en su crujiente voz. “¿¡Marcela Ríos!?”, me desesperé. “¿Ríos?”, dijo finalmente, “¿la chica que se suicidó?”. El mundo se vino abajo.


Escuché de los labios de esa mensajera de la desventura como Marcela, mi Marcela, había abandonado este mundo un año atrás, producto sin duda del golpe fatal que mi extenso desaire le había provocado a su frágil corazón. Ni siquiera la ayuda providencial de las 67 aspirinas con las que intentó prolongar su espera por mi reacción alcanzó para preservarla hasta nuestro encuentro. Me maldije por mi necedad. Si tan solo hubiera bajado de mi pedestal de ego un instante para tenderle la mano a la pobre Marcela, que desde el fondo de su miserable existencia de no admitida me rogaba hacerle un lugar junto a mi, hoy yo escribiría otro final para esta historia.


Me alejé pensativo de esa casa de mal agüero. Pensando en Marcela, en su sonrisa, en su felicidad contagiosa como un sol que brilla sobre un cielo sin nubes. Pero pensando, sobre todo, en que la otra morochita del Facebook tampoco estaba tan mal. Quizá debería agregarla… para ver que onda, qué se yo.

jueves, abril 29, 2010

Probabilidad Cero

Comprobado: Pensar un tema para escribir cuando no estoy inspirado es doce veces peor que pensar un tema para una tesis universitaria. Y eso que este puto blog no me va a valer ningún diploma… Hace unos 20 minutos que estoy sentado frente a la pantalla y ni siquiera amagué a escribir una línea, no vaya a ser que se me cansen los dedos. Qué se yo… ya metí un título, voy a escribir sobre el mundial. No salió, pruebo con otra cosa. Esto viene más o menos, hay que ver como queda al terminar. Ya es cualquiera lo que escribí, ni siquiera gracioso, pero son las 3 de la mañana y no voy a tachar una hoja entera del Word. La frase del final es mentira pero la agregué para darle coherencia a esto… y la agregué antes de terminar.


Birome azul en mano. Hoja en blanco. Calzoncillos de la suerte puestos. Ángulo de visión sobre la hoja de la traga de la primera fila ajustado. Cinco minutos para el comienzo del examen y los nervios ya están crispados (como la crispación del país vio, sólo que en serio). La atención se centra en el hombrecito gordo y pelado que durante las próximas horas será dueño de su destino. Un sudor frío recorre el brazo hasta alcanzar la mano, la birome intenta escaparse de los dedos con la ayuda del pulso tembloroso del estudiante. Sin embargo, logra contenerla. Respira una, dos, tres veces. Cierra los ojos y los abre de nuevo lentamente. Todo inútil. No hay secretos en su fuero interno. No puede engañar a la propia mente con excusas baratas sobre lo bien que escuchó los temas en clase o como justo vio un documental sobre la materia hace un par de noches en el Discovery Channel. No estudió, no estudió una mierda, no sabe absolutamente nada y si no se inventa algo van a bocharlo en “comoquieraquesellameestamateria dos”.


El profesor Petiso Pelado pasa por los bancos repartiendo la hoja de examen. Cinco preguntas. Con dos porahi zafaba carajo… El teacher amenaza con terribles represalias a quienes se atrevan a incurrir en el delito de la falsificación, el robo o en el tráfico de animales por la frontera con Bolivia. Todos se ríen. El profesor se ríe. Él se ríe… y enseguida se deshace del fajo de hojas que tenía a mano para usar de ayuda memoria y del ganado vacuno que tenía en el camión. Nuevo sudor frío. Nuevo intento de escape de la bic.


Traga saliva y posa su mirada sobre su condena. Pregunta 1: “Explique con detalle la teoría desarrollada por el constructivismo”. No llega ni a terminar de leer. Intenta recordar alguna vez que el docente haya mencionado una teoría. ¿Relatividad? ¿Construcción? ¿Bala mágica? No sabe qué tiene que ver Kennedy con el constructivismo. Anota "¿Segundo francotirador?" en un margen. Tacha. Dibujito de un hombre ahorcado. Se ríe. Tacha. Nueva Hoja. Trata de ver la hoja de la traga de la primera fila pero por alguna razón su hombre parece tres veces más grande y le interrumpe la línea de visión. En bancos más cercanas solo ve desesperación. La pregunta 1 será para cuando pueda echar mano a la ayuda memoria.


Pregunta 2: “Describa la campaña de Alejandro Magno en Asia Menor”. Lee. Relee. Posta que no entendió una goma de lo que se hablaba en esa clase. Lee de nuevo. Escribe “La campaña de Alejandro Magno puede describirse como…”. Se frena. Hace cinco veces los puntitos suspensivos. Piensa. Escribe “una operación militar de gran envergadura”. ¡Envergadura! jajajajaja. ¡ENVERGADURA! Escribe “Alejandro se sentaba envergadura Magna”. JAJAJAJA. Rompe la hoja y arranca de nuevo. Cinco minutos después pasa a la pregunta 3. Lee “neoclasicismo” en alguna parte. Pasa a la pregunta 4.


Está en latín. Escribe “Alea Jacta Est” y traduce “estoy jugadísimo”. “El latín era el idioma de los romanos”. Escribe algo sobre Roma, Milán y sobre el partido Barcelona-Inter. Se queja de como no le cobraron el gol al Barsa y como en el Inter, si bien no es romano, antes hablaba latín, pero bardearon cuando la Roma se puso arriba en la tabla. Ataque de memoria: Vuelve a la pregunta 3 y escribe “33,5”. Retoma la 4 y aclara: “Pero los romanos perdieron y quedaron dos puntos abajo en la liga”.


Pregunta 5: Multiple choice. Elige la opción a. Tacha y elige b. Tacha y elige a y b. Tacha y elige “todas las anteriores”. Tacha y elige “ninguna de las anteriores”. “Todas las anteriores salvo la b”. “Ninguna de las anteriores salvo la c (o sea, la c)”. Tacha. Elige todas pero haciendo un circulito borroneado para que parezca que pudo haberla elegido o no. Que quede a criterio del profesor. Tacha al profesor. Vuelve a la pregunta 1. Escribe “b”. Tacha. Escribe "c pone envergadura". Se rié. Tacha. Entrega.



Esta es una pesadilla recurrente que tengo cada vez que voy a dar un examen. El texto no lo aclara pero el protagonista también está desnudo y por alguna razón en Francia, hablando en latín.

viernes, abril 16, 2010

Las cinco fases de escuchar a tus vecinos

¡Ya está! Me saqué la modorra de encima. A escribir…

Una de las bellezas de nuestra sobrevalorada vida moderna es que nos permite vivir en cómodos apartamentos ubicados en edificios (reservando las arcaicas moradas unitarias para los estratos más altos y más bajos de la sociedad) donde la creciente pérdida de intimidad que los inquilinos de las viviendas van sufriendo se hace más evidente a medida que las torres se vuelven más y más altas y las paredes menos y menos gruesas. Por si el título no lo dejó claro, estamos (desde la cuarta línea ya pueden ser considerados cómplices del crimen) hablando de escuchar a quienes viven en los habitáculos contiguos al nuestro cumplir el vil acto que en las sagradas escrituras del Kama Sutra se define como “ponerla”.

El sexo es hoy como siempre la necesidad más básica de quienes reconocen que garantizar la supervivencia de la especie es la razón por la que estamos en el mundo. Al mismo tiempo, es también la necesidad más básica de quienes reconocen el ponerla, o recibirla en todo caso, es la razón por la que estamos en este mundo. Debido a que ese rango abarca un porcentaje presumiblemente alto de la población mundial (decir “todos” es un poco exagerado, asumo que habrá quince personas que prefieren priorizan el escribir un libro, plantar un árbol o jugar al World of Warcraft), no sorprende que la práctica sea tan común entre los seres humanos, aún en ambientes tan escaso de privacidad como el baño de un avión, la fila H del cine y el sillón del living con tu vieja (¿por qué? Porque le encanta). A pesar de los grandes avances que ha hecho el individuo social en aceptar la realidad de que otra gente también la pone, y siempre mucho más seguido que vos, y con tu vieja; una prueba indirecta de este suceso como puede ser el escuchar a alguien dar evidencia concreta de ese hecho durante dos horas seguidas en el apartamento de al lado aún desencadena en nosotros una serie de reacciones perfectamente divisibles en cinco fases para comodidad del lector.

Fase 1: Negación

Se escucha un ruido extraño a través de la pared y lo primero que queremos pensar es en que la vecina no está haciendo lo que a nosotros nos gustaría estar(le) haciendo. Las excusas que tratamos de imponernos como “es una ventana que está abierta” o “es una película”, quedan rápidamente descartadas cuando el ruido de la ventana suena extrañamente parecido al nombre, apellido y número de seguro del señor del sexto piso. A esa altura sólo queda dejar lugar a la aceptación o convencerse de que se trata de un intento de homicidio e irse a dormir con la conciencia tranquila.

Fase 2: Ira

“¡Desubicados!”, piensa nuestro yo hipotético, “Gritar de esa forma sin consideración por los demás inquilinos”. La situación nos parece una vergüenza, una afrenta, un escupitajo en la cara a la moral y a los valores sociales. Hasta que nos damos cuenta que si fuera uno es ser que estuviese llenando el formulario, importaría poco y nada el que él o ella lo grite en los tímpanos de todos tus habitantes contiguos. Es más, si a vos querido lector, tu vecino te encarara a la mañana siguiente de una noche de lujuria desenfrenada, sus apelaciones al respeto y decoro sonarían tan fuera de lugar como los Teen Angels haciendo de teloneros en un recital de la Renga.

Confío en la honestidad intelectual de las 15 personas a las que les llegará esto como una cadena de Spam (reenvíalo a otras 15 o tus vecinos la van a poner todas las noches con lujo de gritos de acá hasta que te mudes a la Patagonia). Ustedes saben que la bronca es por envidia, frustración o porque no tenés ningún huequito en la pared para espiar. Lo que nos lleva a…

Fase 3: Curiosidad

De pronto ya no negás el ruido, mucho menos te resulta molesto. A esta altura estás irremediablemente desvelado y la falta de programación decente en la tele a esas altas horas (a menos que tengan Premium, en ese caso pueden ver a sus vecinos en el canal 548. En el 549 está tu vieja) hacen de quedarse escuchando los ya familiares gemidos la opción más llamativa. Al prestar atención se reconocen tonos, modos, reacciones de ese big bang que ocurre a escasos metros tuyos. El interés se agudiza, se eriza la piel, empiezan las fantasías. El juego empieza.

Fase 4: Diversión

La pared ya un estorbo casi inútil. Escuchás todo con lujos de detalles y ya pensaste en tirar abajo la pared y poner un vidrio para invitar a tus amigos la próxima. La fantasía se dispara para todos lados y la imagen llega a ser más nítida que el HD del televisor/I-pod de Steve Jobs.

Fase 5: Comunicación

Si hubiese una audiencia empezarías un relato, pensás, solo para darte cuenta de que internet ES una audiencia y la computadora un micrófono. Buscás a cualquier amigo que esté conectado y le contás todo lo que está pasando, compartís los detalles, creás una trama… a los 5 minutos ya tenés un guión para venderle a playboy. Sólo te falta abrir un blog sobre tu experiencia, imprimir remeras con la leyenda “Yo escuché a mis vecinos. Sabés perfectamente de qué te hablo… no te hagas el dobolu” y abrir un grupo de fans de Facebook que prometa fotos de Pamela David en bolas si llega a los 4302863 miembros.

A la mañana siguiente te encontrás con el novio de tu vecina en la puerta de abajo del edificio. Vos sabés que él sabe que vos sabés, lo tenés escrito en la cara… todo culpa del alcohol y de que había un marcador cerca, pero resistís el impulso de llamarlo campeón y palmearle la espalda porque en el fondo sabés que no deberías saber lo que él sabe que sabés (si te mareaste volvé al principio del párrafo, tomá aire y volvé a arrancar. La salud es lo primero). A los pocos segundos el impulso pasa y, sin mirarlo a los ojos te escabullís de su presencia. Tres noches después el ciclo vuelve a comenzar.

jueves, marzo 18, 2010

Registro pendiente

Hace apenas un rato se me ocurrió una idea espectacular para una publicidad con temática del mundial y necesitaba publicara antes de que alguien me la robe. Se trata de una propuesta revolucionaria entre las miles y miles que van a estar poblando la pantalla en apenas unas semanas cuando 36 equipos desembarquen (desde aviones) en Sudáfrica para que las masas puedan olvidarse por un tiempo de los problemas de la vida diaria como el trabajo, el hambre en el mundo o la falla en los cimientos del edificio en el que se encuentran. La mejor parte es que, como sucede en el 99 por ciento de los avisos de este tipo, la idea se puede adaptar a absolutamente cualquier tipo de producto. No es joda, si uno logra relacionar una marca de masajeadores de cabeza con la selección argentina, esas bostas de metal que venden los manteros por la calle se transformarían en un elemento de necesidad básica y de consumo obligatorio (tres meses después la Iglesia Evangelista aparece vendiendo el “masajeador de la descarga”).

El corto arranca con una escena en un aula de clases donde una maestra se enfrenta a un grupo de alumnos con un enorme libro de esos que en comparación hacen parecer a la Biblia un menú de restaurante. De golpe la “seño” (como le decíamos allá por 1973) empieza a hacer preguntas a los alumnos: “Fernández, dígame quien fue el jugador con más amarillas durante el mundial de 1978”, “Oderto, nómbreme a los cuatro equipos que integraron el grupo C en Francia 98”, “Garibaldi, enumere a los delanteros que logaron más de 5 goles en un mismo Mundial”. A cada pregunta responde un alumno (no puede contestar cualquier cosa porque, a diferencia mía, hay gente que realmente sabe las respuestas y seguramente nos lo hará saber).

Vertiginosamente pasamos a la imagen de una reunión de oficina con un montón de directivos mirando a un joven intrépido exponer por qué el 4-3-3 es el nuevo 4-4-2. Se enfocan las caras de los viejos analizando lo que dice el joven, a quien después se pone en primer plano mostrando gráficos y estadísticas sobre cualquier verdura. Cambiamos de nuevo y nos vamos a un café onda Recoleta, con un grupito de tres señoras bien paquetas tomándose un té o alguna otra porquería. De entrada se escucha que una le dice a sus compinches que le encanta Milito, pero que la dupla delantera tiene que ser Messi/Higuaín. La de al lado la interrumpe y le suelta un “¡Ay, no querida! A Diego no se lo toca. Si desde hace meses que me hablan bárbaro de él en Italia”. Enseguida se cuela el mozo en el plano para acotar que sin el Loco Palermo daría lo mismo no ir a Sudáfrica directamente. Mientras tanto la tercera señora gira la mirada hacia el cielo como diciendo: “¿Y a este pelotudo quien lo llamó? “.

De golpe aparece la Cámara de diputados en el Congreso enfocada desde arriba (ya nos fuimos al carajo con el presupuesto pero no importa nada porque la gente ya está enganchadísima) y se escuchan las voces de los diputados debatiendo sobre sí el equipo tiene que descansar el día antes del partido o concentrarse. Zas, primeros planos de los diputados gritando con cara enrojecida a favor, en contra y de penal también (acá podemos deslizar el anclaje político y hacer que la mitad de los presentes se levanten y dejen a la sesión sin quórum, no sé, las variantes ya son infinitas). Nos vamos a la última escena: Consultorio de un médico con una mujer embarazada tirada en la cama. El doctor le pasa por la panza la sonda de la ecografía o como carajo se llame mientras ambos miran hipnotizados al monitor. De golpe se escucha al relator (si lo conseguimos a Mariano Klos estirando alguna vocal cambiada sale redondo): “patea al arcaaaaa… GOL. GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLLLLLLLLLLLL” y lo grita el médico, la señora, el gurí que no nació y el tipo que limpia el piso que ni siquiera estaba en el elenco. Todos se abrazan eufóricos mientras funde en negro.

Listo. Todo cocinado. El fanático futbolero está preparado para aceptar dedicar su vida a la compra de cualquier producto que se ponga en pantalla, la mujer ama de casa compra 5 por las dudas de que se acabe y los pibes los cambian como figuritas en los recreos. Es identificación instantánea. Sólo hace falta algún eslogan estúpido como “Porque durante el Mundial existe sólo el fútbol, nosotros también nos hicimos parte del juego. (Inserte marca), sponsor oficial del fanatismo argentino”, que aparezca en letras blancas y azules sobre el fondo negro. Días después el producto X de la marca W está agotado en todo el país y están pensando importarlo de Canadá que es el único lugar donde es posible que no me plagien esta idea, sólo porque allá tienen las peleas del hockey sobre hielo para mantenerlos ocupados.

Eso es todo por hoy lamentablemente. La próxima semana vamos a estar presentando el anticipo del nuevo himno mundialista, con la participación especial de Ricardo Darín porque tiene un octavo de Oscar y se prende en todas.

martes, febrero 16, 2010

So we meet again Mr. Blog…

Un año ha pasado, muchas experiencias se han vivido, poco ha cambiado, aparte mi nueva obsesión por hablar con verbos en voz pasiva. Debe ser la necesidad de alejar un poco de mí toda esa avalancha de responsabilidad que es el crecimiento, la maduración espiritual y ese conjunto de eufemismos que utilizamos para decir que estamos viejos. Viejo estoy, sin duda, aunque no necesariamente por la edad (aunque por la edad también, yo solía mirar a los tipos de 21 como los que tienen la vida resuelta: casa propia, auto, sexo regular). La vejez, después de todo, es un estado mental: La impresión de que ya no tenemos nada que aportar al mundo. Cuando digo que estoy viejo hablo de que ya no siento esa energía, ese chispazo vital necesario para emprender cosas, generar ideas, aportar algo a este sucio e inepto mundo tan falto de creatividad y humor (¿cínico yo?).


Durante mucho tiempo me sentí así, viejo y gastado, un zapato que ya no sirve para la tarea que cree debe emprender en su paso por la existencia para alcanzar la gloria en el cielo del calzado. Digo que por mucho tiempo porque, y este post es una pequeña prueba de ello, desde hace un tiempito volví a sentir ese gusto por emprender mi utilidad de zapato, que en mi caso considero es la escritura en todas sus formas y colores (Arial 11 en negro, preferiblemente). No sé si fue gracias a ese maravilloso viaje que emprendí hacia el sur argentino con varios de mis colegas de la vida o al hecho de que nueva gente haya pasado por acá y me haya dejado saber que le gustó alguito de que se leyó. Admito que la sensación en ambos casos es reconfortante y estimulante, aunque creo que la para alcanzar una respuesta satisfactoria tengo que retrotraerme a mucho antes, a ese terrible año que fue el 2009.


En esos 365 días que transcurrieron desde mi último post hice de todo, y al mismo tiempo hice nada. El único oasis de expresión que tuve durante ese período fue un pequeño programa de radio (La Rockola Informativa para los interesados, si quieren verla de nuevo con vida paguen el rescate, o al menos ofrezcan una pauta publicitaria para bancar los gastos) que hice con dos amigos y con el cual me cagué de risa. La radio es distinta, es motivadora, es interesante y sin duda quiero seguir explorándola, pero no es lo mismo. Existe un poder en la palabra escrita que siento como parte de mí a un nivel muy profundo y es difícil que eso pueda cambiar.


Decía que en 2009 no hice nada, puse mi cerebro en hold y evité cualquier intento de expresión creativa, humorística o de lo que sea que se alimente a este blog (sangre de unicornio, si prefieren). ¿Por qué? Miedo, desidia, vagancia, trabajo, tantas y tantas razones, tengo un depósito lleno, pero no son más que excusas. La realidad es que me encontré en este 2010 sin una verdadera razón por la cual no escribir y decidí obligarme a hacerlo de nuevo. Será duro, será difícil, me pelaré con mi creatividad cuantas veces sea necesario, la cosa es que este blog se merece otro esfuerzo, todos los necesarios hasta que realmente me aburra de esto y pase a otra cosa (estoy entre danza árabe y paracaidismo, y juro que esas fueron las dos primeras cosas que se me ocurrieron al momento de pensar en el chiste).


Sepan disculpar la descarga emocional peo realmente siento que necesito dar explicaciones sobre mis vaivenes con la escritura, al blog, no a ustedes, es más, no sepan disculpar un carajo, es mi espacio y escribo lo que quiero. Es como si tuviera que pedir perdón por hacerme un tatuaje emo en el culo (sí les pido perdón por esa imagen).


Es todo por hoy, ya tendré tiempo de contar más conforme vaya actualizando esta ballena blanca en la que se ha convertido Inmigrante y Legal. Tal vez con el tiempo lo suspenda y arme algo nuevo, con un nombre un poco menos infantil y más filosófico (estoy entre “memorias del naufragio intelectual” y “desmanes de un idilio nostálgico”) o definitivamente me dedique a algo serio y deje de lado este romance adolescente que tuve con las letras. Pero hasta nuevo aviso seguiré enamorado de esa chica vital, divertida, hermosa, decente, pero a la vez tan jodidamente histérica que es la literatura. We are back in businness. (Dos nuevos cambios: me resulta gracioso mandar frases en inglés en la mitad de mis monólogos a pesar de que la inmensa mayoría de la gente que conozco no comparta y me enamoré de los chistes entre paréntesis).


PD: NI ME PREGUNTEN DE LA NOVELA... ¿Cómo que qué novela?

lunes, febrero 16, 2009

Capítulo 10: Fetos

Tras mucho tiempo de inactividad vuelve la novela que supo conmover a las masas y a las masitas. Sé que muchos de sus lectores originales ya perdieron el interés después de tener que esperar tres años para una ráfaga de chistes malos que a lo sumo les brinda distracción por unos 15 minutos, pero no puedo negar que sigue siendo divertido escribirla. Como me pasé toda la noche escribiendo y revisando capítulos viejos para que la historia guarde un mínimo de coherencia espero que la disfruten. Sino, quejensé a su gusto, la respuesta les llegará en 8 o 9 meses como todos mis posts.

Tal vez fue la sospechosa ausencia de muebles, tal vez el hecho de que había un inodoro y una cama en la misma habitación, o tal vez el que una de las paredes tuviese barrotes y que a través de ellas pudiera ver a un guardia afuera junto a un cartel que rezaba: "si puede leer esto, usted está en una celda"; pero algo en mi fina intuición me indicaba que me encontraba en algún tipo de prisión… o en la casa de un anfitrión con un sentido del humor tan perverso como su gusto para decorar.
No sabía cuanto tiempo había pasado desde el oscuro desenlace que siguió a mi encuentro con La Mosca, pero la inmunda peste que emanaba de mi cuerpo me permitió suponer que se trataba de más de unas pocas horas… o unos pocos días. Al parecer mi sistema, demasiado ocupado en sobrevivir a la sorpresiva presencia de 3 kilogramos de cocaína en su interior, no se había molestado en problemas menores como el de devolverme a la conciencia.
Lo primero que noté fue que, contrariamente a lo que sucede en general cuando se despierta en el interior de una celda, mi cuerpo no poseía nuevas heridas y mi recto parecía no haber sido vejado por algún preso de manos grande y alma sensible. De hecho, la mayoría de las mutilaciones que había sufrido durante los últimos capítulos, habían desaparecido sin dejar cicatriz de su presencia, salvando la ausencia del pedazo de oreja que McBride había tenido el placer de hacer volar. Nótese inmediatamente que la sorpresa del descubrimiento estuvo lejos de suscitar mi alegría. La evidencia de que mis captores no solamente no habían contribuido a incrementar el número de muestras en el museo del maltrato en el que se había convertido el conjunto de mis órganos, sino que incluso se habían preocupado por limpiar las obras de otros artistas sólo llevaba a una conclusión posible sobre su identidad: Fuerzas Especiales.
Las Fuerzas Especiales de Tareas de Orden (FETO) eran lo que en una novela policial hecha y derecha, y por ende yanqui, sería el FBI. Pero la utilización de una policía, y por consiguiente un país y una locación geográfica, real en esta historia hubiese traído tantas confusiones de trama y juicios legales que habría mandado por el caño todos los intentos de ambientar el relato en un escenario tan ambiguo y maleable como es la ciudad de la que ya no recuerdo el nombre. En el pasado, más de una vez había debido enfrentarme a sus legiones por temas tan triviales como la falta de detalles en un informe, mis conexiones con el bajo mundo de la city y el secuestro extorsivo. Ahora que ya no pertenecía oficialmente a la fuerza, la cosa sólo podía ponerse peor.
Con la paulatina recuperación de mi memoria, la imagen de los gentiles hombres armados que habían obligado a mi cerebro a perder el 30 por ciento de su capacidad de un saque coincidió con el recuerdo que yo tenía de los uniformados de las Fuerzas. Como si aún faltara evidencia, la prueba final para mi brillante deducción la aportaba el hecho de que una operación en la que el primer objetivo primero había sido arrestar a los presentes en la escena y no organizar una pelea de cuchillos para ver quien se apropiaba de la merca no podía ser producto de una inteligencia local.
Descubierta la identidad de mis captores sólo podía esperar. Afortunadamente previamente a mi última incursión al mundo real había terminado de desaparecer toda la evidencia que me comprometiera con el considerable inventario de crímenes en los que me había involucrado durante los años de bonanza, desde la caza de elefantes por las calles de los suburbios hasta la organización de torneos de batallas de pókemons. Descartados los posibles testigos por exceso de muerte en sus archivos policiales, me creí salvado de toda acusación que pudiera manchar mi buen nombre. La conclusión me tranquilizó lo suficiente como para permitirme un momento de descanso. Encendí mi pipa, que por obra de la necesidad escénica había aparecido en mi mano, y me senté en el duro colchón de una de las camas para comenzar a pensar. La mentira de McBride sobre los hábitos drogones de Margaret que me había conducido al escondrijo de La Mosca no dejaba de rondarme en la cabeza y si algo nos han enseñado los grandes maestros de la deducción es que para despejar la mente no hay nada mejor que intoxicar los pulmones.

No habrían pasado quince minutos desde el comienzo de mi meditación cuando una poderosa voz llamó a mi puerta. Frente a mí, cortado verticalmente por los barrotes, la figura del capitán Estaban D. Ramírez, sub-jefe de las FETO, se me presentaba como una visión mitológica. Mitad policía, mitad hombre, esa criatura de leyenda me observaba con sus ojos azules como queriendo deducir de donde corno había sacado yo la pipa y cómo hacía para fumar sin tabaco ni fuego. El hecho es que yo fumaba.
Ramírez golpeó de nuevo los barrotes con su macana, que es siempre mejor que una travesura, intentando llamar mi atención que en ese momento se concentraba con todas mis fuerzas en cualquier cosa que quitara de mi rango visual a aquel ángel de la desgracia. No porque temiera las consecuencias sino porque creí que tal vez aún no hubiera superado el trauma que le causó aquel desafortunado incidente obra del cual me vi obligado a acostarme con su hija, su esposa, su madre y su perra.
- Robredo…- dijo finalmente el corpulento oficial mientras daba señas al mudo guardia de que le permitiera el acceso a mis aposentos.
Me sorprendí de que me hubiera llamado por mi nuevo nombre y no por el de "Reverendo Hijo de Puta", como habituaba hacer continuamente en el pasado, aunque yo nunca adherí a la fe protestante y mucho menos me ordené. Esa muestra de cariño sólo podía significar que algo más importante que su venganza personal me había llevado ante su presencia. Decidí que en lo inmediato lo aconsejable era no suscitar su ira.
-¡Capitán! Tanto tiempo…- vociferé en tono amigable - ¿Cómo está la familia?
- Tan enferma de sífilis como la dejó la última vez inspector. – respondió con una calma tal que le habría helado la sangre a Disney. - ¿Sabe por qué está aquí?
- Porque un gigante uniformado me voló la conciencia contra una pila de cocaína, enviándome a un viaje místico que lamentablemente concluyó acá.
- Veo que no perdió su humor. Veamos si se ríe cuando acabemos. – continuó el impasible capitán mientras se quitaba los guantes y tomaba la macana por el lado fino.
- ¿Acabar? Me parece un poco rápido pasar a esa fase. Recién nos estamos poniendo al día. Si quiere acabar por qué mejor no trae a su muj… -
El repentino golpe en la boca del estómago me dejó sin aliento, cortando mi respiración y dejando mi fino chiste suspendido en el aire como una mariposa a la que un sable samurái le corta las alas.
- Basta de idioteces, Robredo. – musitó el agresor.- ¿Dónde está Melany Bonanzini?
- En el circo, si Dios es misericordioso.
Un nuevo golpe desencajó mis entrañas. Esta vez del guardia que había ingresado junto al oficial. Me pregunté para qué se habían tomado la molestia de acomodarme si igualmente iban a ejercer sobre mí el curioso deporte de la brutalidad policíaca. Luego supuse que simplemente no querrían haberse lastimado practicando con un cuerpo deformado.
- ¿Dónde está la chica, Robredo? Si dice todo ahora lo desmayaremos antes de seguir. – ofreció con una asquerosa sonrisa de satisfacción.
- Debería haber seguido con la estrategia amable, sabe que estoy en contra de toda forma de violencia. Sobretodo si es contra mí y mis amados riñones.- atiné a decir en medio de una ráfaga de puntapiés que impactaron entre mis piernas. Afortunadamente, después del tercero ya había perdido toda sensibilidad en esa zona.
Tras un par de horas de lo mismo, el único resultado visible era el cansancio de los agentes, quienes resoplaban faltos de aire mientras yo los miraba inocentemente entre los pedazos inflamados de mi rostro. Quince minutos con "El Elegante" McBride habrían sido más que suficientes para que yo confesara haberlo secuestrado incluso a él. En comparación, la paliza de los muchachos era como cuando descubrís que tu vecina tuvo sexo contigo sólo para conocer a tu hermano: en apariencia tenés que fingir que te duele, pero en el fondo no te importa.
- Cambiemos de estrategia capitán.- insinué. – ¿Por qué mejor no me explican por qué creen que yo tengo a la chica?
Corto tanto de recursos como de aire, Ramírez decidió acatar mi plan de juego.
- No sabemos exactamente de qué nació su interés por ella, aunque viendo sus antecedentes y el dinero de la familia nada sería sorprendente. Hace días pidió información en el Bar de Gino sobre la muchacha, la siguió durante un encuentro con un joven y luego se encontró con el capo mafioso "Panino" Gordicelli para acordar su participación y porcentaje de ganancia en el secuestro. En algún momento entre aquel encuentro y su arresto la joven Bonanzini desapareció. Ahora, sea usted un buen detective y deduzca por nosotros quien lo hizo.- concluyó el oficial, soltando una carcajada que no fue secundada por su compañero, quien ya se encontraba desmayado por falta de aire desde el comienzo del relato.
- El mayordomo sin dudas. – respondí triunfante. – Al menos él tendría más motivos que yo para secuestrar a ese error de la naturaleza. Y hablando de errores… ¿Qué rol juega en su perfecto cuadro Aurelio Hárisson?
- ¿Quién? – Preguntó extrañado el capitán.
- Tony. – vociferé, rezando porque mi arbitraria imposición de sobrenombre hubiese trascendido los límites de la realidad textual, alternado el conocimiento de todos los personajes de mi universo literario. – El gordito idiota que estuvo conmigo en todas esas travesías que usted menciona.
- No sea estúpido Robredo, si sabemos lo que hizo también sabemos que lo hizo sólo. Sus fantasiosas mentiras no pueden ayudarlo esta vez – respondió el capitán.
Por un momento realmente temí que los traumas de mi infancia finalmente hubiesen hecho mella en mi conciencia obligándome a ver una alucinación formada por todos mis males sufridos con el cuerpo del Tigretonio. Luego me di cuenta que si yo estaba equivocado, nada podía salir de aquello que fuera bueno para mí, por lo tanto debía ser un complot u obra de duendes invisibles, a los cuales siempre he considerado mis más acérrimos enemigos.
- Yo no invento capitán. No secuestré a ese feto infrahumano ni hice nada que no fuera por orden del mismo Bonanzini, a través de su asistente Tony. Ahora, si vamos a hablar de mentiras fantasiosas empecemos por su perra, y si vamos a hablar de perras empecemos por su mujer que…
Nuevamente mi elocuente discurso fue cortado en seco por un golpe de Ramírez.Ya se disponía a atacar áreas más sensibles de mi cuerpo cuando una voz que me sonó angelical, pero que más bien se parecía a lo que suena cuando un taxista tiene un pollo atorado en la garganta, sonó a sus espaldas y lo paró en seco.
- Quieto Ramírez. El idiota es mío.

lunes, junio 23, 2008

La importancia de ser boludo

Pequeño ensayo que escribí para una materia de la facultad y del cual me sentí particularmente orgulloso, lo cual no signifique que esté bueno, solo que no me dieron ganas de borrar todo registro de su existencia después de que lo entregué.

Me encontraba en un café en París, un pequeño rincón de barrio que se esconde bajo un arco y cuya fachada cae sobre la rue Jean Giraudaux. De pronto, mientras hundía mi rostro en la taza de café con leche que el local tuvo la gentileza de prepararme para acceder a mis, para ellos, excéntricos gustos, escuché a mis espaldas: “Y sí boludo”. Ya está. “Porteño clavado” pensé. Más allá del acento, o de ese tonito que tiene poco de canchero y mucho de soberbio que tipifica al bonarense en el exterior, la marca registrada del “boludo” fue la prueba más concluyente, aún más que si el misterioso hablante me hubiera ventilado el pasaporte en la cara.

Tanto en el interior o el exterior del país, dondequiera que se haya oído hablar de la Argentina, o a un argentino, se escuchó la palabra fatídica. Y es que el vocablo se halla tan impregnado en el habla cotidiana, particularmente de los jóvenes, que no escucharlo mencionado al menos dos o tres veces en el transcurso de una oración parece casi un insulto. Ironía suprema si tenemos en cuenta que el sentido original de la palabra, sentido del que aún hoy en día no se halla escindido, es justamente un insulto.

Y es que, como afirma José Edmundo Clemente: “Las palabras tienen un impulso, un sentido, que muchas veces concluye por alterar la significación primaria”[1]. Esta frase parece hecha a la medida para describir el vocablo mencionado, y eso que cuando se escribió originariamente el texto no se usaba aún ni en su sentido original. ¿Cómo es posible, se preguntan muchos, que una palabra pueda ser al mismo tiempo ofensiva y cariñosa? Y es que este segundo sentido es el que se ha ganado el “boludo” a fuerza de pura presencia. Hoy en día el boludo es el amigo, el compañero, la persona con la que se tiene confianza. Uno no gasta un “boludo” con desconocidos. Éstos tienen que ganarse el derecho a ser insultados.

Este amor por la contradicción, tan característico en el porteño como el fútbol, el barrio o mi querido café con leche, es la base de ésta y muchas más ironías que se plantea el lenguaje de estos pares rioplatenses. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el secreto no está en el insulto en sí mismo, sino en la forma y el lugar en que se expresa, y la elección adecuada del término. Es a lo que Borges se refiere al decir: “Pienso en el ambiente distinto de nuestra voz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras, en su temperatura no igual”.[2] Un “boludo” soltado en un momento equivocado y con un tono poco propicio puede acarrear graves consecuencias. Aunque el insulto ha perdido énfasis por culpa del desgaste, el orgullo de un porteño sigue siendo tan susceptible como para ser herido aún por esta palabra/estandarte.

El origen del término en sí mismo es muy simple: el insulto, como casi toda creación vulgar argentina, sale de una referencia a los genitales masculinos, aduciendo que su tamaño influiría en su intelecto de una forma que nos resulta tanto incomprensible como irrefutable. Tal es la fuerza del saber popular. Así el “boludo”, originariamente, se convierte en el tonto, el estúpido, el que no entiende, o simplemente el que hace las cosas mal, el esclavo del error. ¿Cómo es que de tal calibre de atributos se pasó a la muletilla cariñosa de la que antes hacíamos mención?

Cabe destacar que con el tiempo el adjetivo se popularizó también para referirse a las mujeres con idéntica intención, sin embargo al mismo tiempo se establece la pregunta de a que atributo femenino se puede hacer referencia al catalogar a una chica de “boluda”. Problema del idioma que fue solventado en pos de la igualdad de sexos y del derecho a ser insultados por igual, podemos suponer.

Una vez más recurrimos a Clemente en búsqueda de una frase que ilumine nuestro razonamiento: “La modificación etimológica que experimenta una palabra a través de su historia es el resultado del contacto vivo con sus hablantes”.[3] Así, el creador del término se constituye en sus mismos usuarios, que a fuerza de repetición, lo envistieron de un nuevo significado que solo puede ser interpretado en la sociedad donde se forjó.

Haciendo uso de la ya establecida polisemia de la palabra, se podría argumentar, después de escuchar hablar por cinco minutos a cualquier espécimen representativo de la población de la ciudad, que en ésta todos los habitantes son “boludos”. Pequeño juego malicioso que sin embargo conlleva una gran verdad: el que no entiende que es “boludo”, claramente no es porteño. Es decir, que si alguien al ser calificado de tal tomara el adjetivo por ofensa, obviamente sería un intruso desconocedor de la simpatía con la que se lo trata al ser referido de esa forma.

Así, el “boludo” es prueba de pertenencia a la capital, sea si se enuncia, sea si se lo recibe. Por lo tanto, solo aquel que pueda ser llamado “boludo” con sinceridad y aprecio, podrá decir de sí mismo que es un verdadero porteño.

Esta posición que hoy ostenta esta palabra, como marca registrada del ser ciudadano y papel de presentación en el exterior, no fe siempre la misma. En el pasado el “che” era un documento mucho más valedero que cualquier papel para identificar un nacido en suelo nacional. Hoy, esa posta se ha pasado, y aunque a muchos no les guste el envase en que se presenta, debido a su significado original, cabe destacar que este también es una expresión de los tiempos que corren, en los cuales este tipo de palabras se ha naturalizado tanto en nuestra habla que quien no las utiliza forzosamente es muchas veces tachado de poseer excesiva sensibilidad, o un dejo de desprecio sobre una forma de expresarse que a la mayoría se le hace natural.
Más allá de la forma, es importante el saber reconocer los propios caracteres que conforman al ser nacional. Se hace necesario dejar de lado el prejuicio hacia una palabra que, como muchas otras que hoy se usan sin pudor alguno, está cerca de olvidarse de su pasado oscuro y se afirme como simple expresión de ser porteño. Y no está lejos, si no es que no ha llegado ya, el día en que se diga sin remanses: si ser porteño es ser “boludo”, entonces “boludo” soy.

[1] Borges, Jorge Luis y Clemente, José Edmundo, El lenguaje de Buenos Aires, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1963, Página 79
[2] Íbidem, Pag. 25
[3] Íbidem, Pag. 82